lunes, 13 de julio de 2009

El lindo Barca Grande

Mi reloj marcaba las doce del medio día, cuando remábamos en el arroyo Naranjo, después de haber realizado un buen cruce en el correntoso Barca Grande, continuamos remando al buen ritmo de Juan, estábamos absortos en el cansancio, nuestras manos estaban maltrechas.
Empezamos a cruzar a otros botes que estaban navegando con rumbo al Uruguay, igual que nosotros, paramos una hora en el recreo de Omar Orfao a tomar unos mates, estirar nuevamente el cuerpo endurecido, hacíamos una reserva para sábado a la noche, estaríamos pernoctando y comiendo una boga a la parrilla.
Había barcas amarradas, descansados, volvimos a hundir los remos hasta el Paraná Guazú, no sé si Juan tenía las manos todavía con la posibilidad de sostener los remos, nosotras con los guantes, todavía las teníamos intactas, estaríamos en el Uruguay a las cuatro de la tarde aproximadamente.
Sobre el Paraná Guazú bebimos el brebaje del científico, aportando los iones a nuestro cuerpo, sentíamos el ruido de los toletes, el roce del banco de popa, los seis remeros de CRLM se preparaban para hacer el cruce a nuestra segunda Patria uruguaya, no perdíamos de vista al otro bote, la visibilidad era clara, cruzamos a un petrolero sobre el canal que tiene ochenta metros de profundidad, nos precedía la generosidad de estar ahí, en ese momento.
Remando, timoneando, bebiendo, divisamos el Pontón de prefectura sobre el río Guazú Guazucito

Por el Estudiantes

Habíamos llegado al río Estudiantes, la conversación arriba del bote nos distrajo por unos pocos metros, estábamos errando la entrada al arroyo Fredes, el cual en un tramo largo desembocaríamos en el Río Paraná Mini.
Perdimos en la distancia al otro bote desde el Paraná de Las Palmas, después de cuatro horas los cambios dolía un poco nuestro cuerpo con el transcurso del tiempo, las vías y las ruedas del carrito no habían descansado, seguimos remando con vigor hasta el primer descanso en tierra después del Paraná Mini.

Cuando llegamos al Mini, decidimos no parar en la playa en la que acostumbrábamos a parar con otros amigos, porque hacia frío en la sombra, decidimos parar en una playita que esta remontado el río Arana, ahí pega el sol del este, tener una buena comida después de cinco horas de remo, permanecimos tendidos una hora al sol, estirando los músculos intentado ver si se acercaba el otro bote con nuestros amigos.
Cuando desembarcamos nos vinieron a recibir un coker y un gato siamés mimoso, que nos acompañaron en el almuerzo, no estábamos solos, compartimos el almuerzo.
Los vimos pasar al otro bote, en el momento que decidimos zarpar, seguimos remando por el insoportable arroyo Arana, sin mapas, GPS, con recuerdos, señales tomadas del pasado que no habían sido borradas por las heridas que a veces no siempre cicatrizan.
La difusión de la epidemia del dengüe, no nos impedía remar, las aguas corren no están estancadas, se renuevan constantemente con cada marea.
Los rayos de sol no eran tan intensos , pero estábamos agotados, Alejandra nos hacía reír, no descansaba en su gracia, una mujer inteligente con madera para vivir cien años, para una moral baja es la victoria.

Arroyo Rama Negra en penumbra

Salimos el jueves a las cinco y diez de la madrugada, el río estaba muy bajo para ir por el Arroyo Gelves que no está canalizado, la neblina matinal estaba intensa.
No, nos podíamos quedar quietos, teníamos que activar el remo para las doce horas planificadas.
Los botes estaban listos desde la noche anterior, alcanzamos a dormir cinco horas, comimos las empanadas, bastante doraditas que Alejandra había preparado, zarpamos después del otro bote, con la proa en posición sur para entrar por el arroyo Gambado entrando en calor hasta el río Capitán Sarmiento.
La travesía sin inconvenientes hasta el arroyo Rama negra, a las seis de la mañana sin modificaciones en el horario, la oscuridad era intensa, era como remar con ceguera, remamos despacio para evitar cualquier avería, el destellador nos iluminaba un poco.
Cuando salimos de la oscuridad del Rama Negra, estábamos doblando hacía el este, la luna llena entre las ramas de los árboles, nos iluminó.
Nuestro bote estaba integrado por el último remero que quedaba de Alberto Demmidi dentro del club remando, Alejandra una buena amiga, era agradable la sensación de estar arriba de ese bote en buena compañía.

Después de dos horas quince minutos de zarpar llegamos por el arroyo Antequera al Paraná de Las Palmas, el sol había salido, todavía conservaba el color naranja intenso, detrás de unos cirros con un fondo de cielo azul.
Se produjo un instante de silencio entre nosotros, mirando ese regalo de la naturaleza, nuestra primera renuncia a nuestra intimidad estaba garantizada.